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Un asteroide, un cráter lunar, un elemento químico, unos premios a la excelencia humana… Todo ello denominado en honor de nuestro personajes de hoy: Alfred Nobel.
Este sueco, nacido en una familia de ingenieros, a los nueve años de edad se trasladó a Rusia con su familia, donde él y sus hermanos recibieron una esmerada educación en ciencias naturales y humanidades que daría pingües resultados.
Ante todo, Nobel fue un inventor. Registró durante su vida 350 patentes y en la actualidad su nombre sobrevive en varias compañías, como Dynamit Nobel y AkzoNobel, que absorbió su empresa, Elektrokemiska Aktiebolaget, más conocida como Eka, fundada en 1895, y es que Alfred Nobel fue el inventor de la dinamita. De hecho, fue propietario de la empresa Bofors, compañía a la que orientó desde la producción de hierro y acero a la fabricación a gran escala de cañones y otro armamento.
No obstante, Nobel también desarrolló su creatividad en otras artes como la poesía, escribiendo en inglés. Su obra “Némesis”, una tragedia en prosa sobre el episodio de Beatrice Cenci, inspirada en parte por la obra de Shelley “The Cenci”, fue impresa mientras agonizaba. La tirada completa de la obra, salvo tres ejemplares, fue destruida al ser considerada escandalosa y blasfema. Actualmente, además de una edición en sueco, existe otra en francés.
En su testamento firmado el 27 de noviembre de 1895 en el Club Sueco-Noruego de París, Nobel instaura con su fortuna un fondo con el que se premiaría a los mejores exponentes en la Literatura, Fisiología o Medicina, Física, Química y la Paz. Un ataque cardíaco le causó la muerte cuando estaba en su hogar en San Remo, Italia, el día 10 de diciembre de 1896 a la edad de 63 años.
Se calcula que su fortuna en el momento de su muerte era de 33.000.000 coronas, de las que legó a su familia apenas 100.000 coronas. El resto fue destinado a los Premios Nobel.